Los parecidos

Cuesta entender por qué los parecidos nos asombran y nos divierten tanto. Si tenemos en cuenta que somos millones los habitantes de esta canica azul y que nuestro rostro se conforma con apenas cinco elementos básicos que además guardan una disposición similar en nuestro ovalo facial, lo que asombra es que con una combinatoria tan precaria el parecido se nos antoje la excepción en lugar de la regla.

Seguramente estamos programados por la evolución para procesar mejor las diferencias que las similitudes entre los distintas fisonomías ya que resulta de indudable utilidad no confundir el rostro de tu pareja o de tu jefe con el del frutero de la esquina.

Sin embargo, como en todo, hay pequeñas diferencias entre nosotros y en como operan las sinapsis de nuestro disco duro y así, algunas personas poseen la facultad de encontrar parecidos donde el cerebro corriente, operando en modo normal, busca diferencias. Luego todos reconocemos lo cierto de ese parecido y nos divierte el asunto una barbaridad, sin reparar en el hecho de que el parecido debería ser la cosa más corriente del mundo.

El cerebro femenino, por ejemplo, procesa mejor las correspondencias y similitudes entre los distintos rostros, lo cual acontece contra toda lógica, ya que debería ser el entendimiento masculino -más expuesto al fraude- el que fuese capaz de analizar con mas perspicacia si, por ejemplo, el rostro de ese mamoncillo que le presentan como de su legítima estirpe se corresponde cabalmente con los rasgos físicos característicos de su linaje. Pues suele ocurrir, que el infeliz es incapaz de distinguir que le han hecho la jugada del cuco, mientras que el coro de las alegres comadres ya ha dictaminado, entre murmullos y con un primer vistazo, la imposibilidad de su progenitura.

Conocida la tendencia del varón a armar tremendos alborotos y hasta derramamientos de sangre por estas eventualidades y dada nuestra inveterada historia de fraude conyugal, esta falta de finura de la sesera masculina quizá haya servido para preservar una cierta paz social a costa de estos benditos.

Esta habilidad de reconocer los rasgos faciales propios de una tribu en el rostro romo del recién llegado a este valle de lagrimas y la infalibilidad con la que el sexo femenino dictamina los parecidos, siempre me ha parecido portentosa y me hace palidecer de envidia y admiración, pues para mí a quien realmente se parece una barbaridad el bebe que me señalan es al resto de bebes con los que comparte nido.

Luego hay parecidos de lo mas estrafalario, que los buscadores de curiosidades coleccionan y nos  ofrecen para nuestro disfrute en esa caja de amenidades que son las redes sociales y al verlos nos ocurre como con determinados inventos, nos invade esa sensación de: ¡Pero cómo no había visto yo antes algo tan evidente!

Ya digo que probablemente no los vemos porque estamos mejor preparados para buscar lo distintivo de un rostro antes que las analogías y correspondencias que guarda con otros.

En esto de las semejanzas me resultan particularmente divertidas aquellas que parecen resultar de una cierta tendencia mimética de la especie con su derredor. Hablo, verbigracia, de esas señoras añosas que con sus rostros chatos y minutísimos, son la viva imagen del yorkshire que asoma la cabeza por sus bolsos o de esas parejas de chicos, de larga convivencia marital, que se sientan en las terrazas de Chueca y que con el correr de los años, tal vez por frecuentar los mismos cirujanos y compartir lociones y vestuario, resultan perfectamente indistinguibles ya el uno del otro.

Pero no sólo con quien se comparte tálamo o entre amos y mascotas convergen y confluyen las facciones, incluso con los seres inertes se avienen las trazas y figuras cuando estos ocupan un lugar tan central en nuestras vidas como el de nuestros congéneres o nuestros animales de compañía.

Sentabanse frente a mi balcón, este verano, en un banco, dos ancianos; rebosante de esplendorosa carnalidad el uno y enjuto el otro. El ajamonado se hacia acompañar por un carlino del que era su fiel retrato y compartían ambos la misma respiración asmática en perfecta sincronía en sus inspiraciones y espiraciones, de manera que al parecido físico sumaban ese espectaculo inigualable de la hinchazón y contracción simultanea de sus diafragmas. El otro anciano, el más magro de carnes, también se había mimetizado con su compaña; era tan flaco como el bastón que debía servirle de apoyadura y que tremolaba nervioso cuando lo acariciaba entre sus manos venosas. Ambos, el provecto y el cayado, compartían la misma color y textura: rugosa, biliar y suavemente leñosa; señal de que la larga convivencia entre el ser animado y el inerte había generado ya una osmótica circulación de sus savias y humores.

Contrariamente a estos avenimientos, otras parejas tienden al dimorfismo extremo, como caricaturiza genialmente Forges en sus viñetas de blasillos, cuyas escuchimizadas figuras propenden a la linea recta y ya solo son reconocibles porque sobresalen sus narices de berenjena, mientras que sus «santas» lucen cada vez más pícnicas y rollizas y amenazan con no dejar espacio en la viñeta para ambos.

Pero hablábamos de los parecidos. Siempre son los demás los que nos ponen sobre aviso de los propios. Andamos todos tan imbuidos de esa absurda sensación de ser únicos y singulares que no adivinamos nunca nuestros propios parecidos y luego cuando los demás nos los señalan nos parecen certísimos en caso de tratarse de alguna estrella del celuloide o claramente infamantes e infundados en otros casos.

A mí, por ejemplo, me señalaron hace poco que tenia cierta semejanza con el actor escocés, Sean Connery, lo cual me pareció de perlas y alabé la perspicacia del observador. Más frecuente es que me comparen con el showman y presentador Corbacho, tipo simpatiquísimo pero feo como un piojo. Cada vez que recibo la comparación -soy persona educada- exhibo la mejor de mis sonrisas sociales y pregunto: ¿Sí, tú crees?…, como si no me afectase… pero la procesión va por dentro.

En fin, que a mí todo esto de los parecidos, quizás porque juega en contra del funcionamiento programado de nuestro cacumen, me divierte mazo, por decirlo con propiedad cheli, y os ruego que no dejéis de enviarme parecidos ajenos y asombrosos siempre que deis con alguno de ellos. Respecto a los míos propios ruego un poco de sensibilidad con un alma tan tierna e insegura como la mía. Por cierto, querido lector… ¿ sabe qué se parece usted un horror a usted mismo?… todo en usted me recuerda a usted… incluso usted.

4 comentarios en “Los parecidos

  1. Muy buen análisis bolardiano. Efectivamente, las mujeres tienen una facilidad asombrosa para «emparentar» gente por sus facciones. Ya lo decía Serrat: «A menudo los hijos se nos parecen.. y así nos dan la primera satisfacción..» A mi me han identificado con tipos tan dispares como Michael Caine y Bruce Willis.. Calculo que debo andar entre medias de ambos..
    La cita con variante de «Una Noche en la Ópera», grande!

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  2. Gracias Alber, para análisis buenos de la cuestión, la Gestalt, cuya máxima: “El todo es mayor que la suma de sus partes» explica tantas cosas de como operan nuestros cerebros en el reconocimiento facial. Los programadores de aplicaciones de reconocimiento facial desarrollan modelos matemáticos basados en algunas de sus enseñanzas. Sería misión de la psicología evolucionista, una de las pocas ramas de la psicología que todavía me interesa, explicarnos porque privilegió la evolución en este aspecto al cerebro femenino. En fin, que lo mío no pretende ser un análisis sino una mirada perpleja a un fenómeno que me divierte mucho. En cuanto a tus parecidos, yo lejos de verte a medio camino, te veo como un ser híbrido entre ambos, con la complexión atlética y la media sonrisa sardónica del americano y la taladradora mirada de berbiquí del inglés. En cuanto a citas, casi no sé escribir sin acordarme, sea cual sea el asunto, de alguna frase genial del gran Groucho, al que no cito porque entiendo que todo el mundo reconoce que hago uso a vuela pluma de un préstamo tomado de su inagotable genialidad.

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  3. Genial Ignacio,te felicito sinceramente. Me he divertido mucho con tu artículo.
    A mi solo me han sacado parecido com Norma Duval…jajaja . Asi que para carnaval solo me faltan las plumas.
    Besos

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